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Tú.


Siento que muero de ganas por notar tu presencia, por escuchar el ruido de las llaves en la puerta, la música de tus tacones por el pasillo y por preguntarte que tal tu día justo después de bucear en la espuma de tu boca.

Siento que no puedo evitar querer oír una y otra vez el susurro de tu voz que hace paralizarse el tiempo entre copas de vino.

Siento querer perderme en el abismo de tus ojos cada vez que me miras, esos que, sin duda, están señalados a motivar mi destino.

Siento que no podré dejar de agradecer despertar cada día con el suave tacto de tu piel por la mañana y yacer con su delicado olor por la noche, esa piel tan cálida, tan lujuriosa, tan responsable del embrujo como la persona que la viste.

Siento que tu risa perdurará retumbando en mi corazón por siempre y que tus enfados serán anécdotas que harán enrojecer tus mejillas mientras se disuelven entre acogedores abrazos.

Siento que el nacimiento de nuestro fruto es el brotar de un amor tan verdadero que mil desastres naturales no serán suficientes para separarnos, y siento que verlo crecer mientras envejezco a tu lado es algo tan hermoso que la misma luna, protagonista de tanta lírica, no podrá evitar la envidia.

Por sentir, lo que más siento, es la ausencia de tu existir.

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